lunes, 29 de abril de 2013

Neandertales, ¿Por qué no están aquí con nosotros?





 Leyendo estos días un libro sobre el genoma neandertal, me viene a la cabeza de nuevo la percepción que tiene la gente sobre los neandertales.
Estos europeos desaparecidos, a los que yo dedico gran parte de mi tiempo y que me han llegado a fascinar, tuvieron ya complicados comienzos. Descubiertos en 1856 en la gruta de Feldhofer, en el valle de Neander (Düsseldorf), generaron polémica desde el primer momento. Dos posiciones contrarias, los que interpretaban esos restos como pertenecientes a una especie humana extinguida, y los que entendían que se trataba de un caso patológico de humano moderno.
Hay restos de neandertales recuperados antes que este, en 1829 en Engis (Bélgica) y en 1848 en Forbes (Gibraltar), pero no habían sido identificados como tales. Durante la segunda mitad del s. XIX varios hallazgos de restos humanos de neandertales junto con fauna, también extinguida, y herramientas de piedra favorecen que a finales de siglo ya se aceptaran de forma generalizada como una especie humana desaparecida.
Seguramente son la especie humana de la que conservamos más fósiles en diferentes yacimientos y mejor estudiada, pero todavía les persigue la fama de brutos simiescos Heredada desde los primeros descubrimientos, algunos de los cuales fueron erróneamente descritos. Es el caso del esqueleto del anciano de la Chapelle aux Saints al que se le describió como un ser encorvado y de rasgos muy arcaicos, cuando en realidad se trata de un individuo con artritis.
Hay tanto entusiasmo en los argumentos de algunos investigadores que defienden que los humanos modernos arrinconamos y eliminamos a los neandertales que acaba dando la impresión de que capacidades reconocidas a grupos del Pleistoceno inferior, como la cohesión social que se ha querido ver en el grupo que cuidó al “desdentado” de Dmanisi, se siguen negando a los neandertales.
Envueltos en un halo de misterio desde siempre, propiciado en parte por estas desafortunadas interpretaciones, la desaparición de estos neandertales- fuertes, con un cuerpo bien construido, cerebros grandes y estilo de vida que llevaba funcionando exitosamente decenas de miles de años-, sigue siendo una de las más fascinantes incógnitas en el campo de la Prehistoria.
Así llegamos al paradigma vigente en los últimos treinta años del siglo pasado: la revolución humana, que postulaba la existencia de dos especies- (evitándose así el hablar de “mezcla”)-, una europea, neandertales, y otra africana, los sapiens. Estos últimos aumentan demográficamente, salen de África y reemplazan a las poblaciones que aquí vivían, siempre gracias a su superioridad tecnológica y cognitiva.
A mediados del s. XX, y gracias a los fósiles de Tabun y Amud en Israel, cambia el paradigma. Estos enterramientos con demostrada carga simbólica humanizan a los neandertales, incluso les ponen sombrero, ya que a raíz de estos descubrimientos se llegó a decir que si se les viste con traje y se montan en el metro de Nueva York, nadie se daría cuenta.
Y, finalmente debemos referirnos al Chatelperroniense como el desencadenante que “hace” humanos a los neandertales. Este periodo, denominado por algunos “la aurora del arte” está bien documentado en Francia y en el norte de la Península Ibérica. Los estratos correspondientes a ocupaciones chatelperronienses albergan colgantes, huesos con decoración geométrica y pigmentos. Hasta hace muy poco el chatelperroniense era considerado un periodo de comienzos del Paleolítico superior, y relacionado por tanto con Homo sapiens. Y recientemente, debido a una serie de hallazgos irrefutables en los que aparecen restos neandertales asociados a chatelperroniense, se comienza a valorar la posibilidad de que esos objetos formaran parte del imaginario neandertal.
Ahora tenemos de nuevo dos posturas: los que concedemos a los neandertales las capacidades que se infieren a partir de su registro; y los que se empeñan en negarlas.
Está comprobado que los neandertales, incluso antes de los periodos denominados de transición como el Chatelperroniense, utilizan elementos simbólicos en su vida cotidiana, que probablemente decorasen sus cuerpos, que utilizaban plumas con finalidades ornamentales, y está claro también que desarrollan un comportamiento que se puede definir como humano, muy similar al de Homo sapiens.
Claro está, siempre habrá quien defienda la aculturación, que no es más que una aderezada forma de escribir imitación. Hay investigadores que todavía hoy defienden que estos “incipentes” comportamientos en los grupos neandertales se producen por imitación de los recién llegados sapiens…Pero a mí me gustaría resaltar que ya se pueden ver estos comportamientos con anterioridad a la llegada de los humanos modernos, y que por tanto debemos eliminar esta idea.
En el registro arqueológico vamos viendo como a partir de una fecha que ronda los 60.000 años, se advierten cambios en los patrones neandertales. Cambios que Clive Finlayson por ejemplo achaca al clima, argumentando que después de soportar decenas de miles de años la rigurosidad climática, las últimas poblaciones neandertales serían como las poblaciones en peligro de osos panda actuales.
Sin embargo, algo que todavía se nos escapa y que debió suceder antes de la llegada de los humanos modernos, sumió a los grupos neandertales en el principio de su fin.
Vamos conociendo cuestiones como el color del pelo, si tienen o no lenguaje articulado, el grupo sanguíneo, que practican la exogamia femenina, y otras cuestiones que nos acercan de manera definitiva a estos seres. Sin embargo, todavía no sabemos por qué estamos nosotros aquí y no ellos, es decir, por qué se extinguieron?. Lo que sí debemos plantearnos a estas alturas, es que el papel de Homo sapiens no fue decisivo en esta cuestión.
Pero no hay por qué alarmarse, la idea de clonar a un neandertal como se ha sugerido recientemente, es por el momento ficción…

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