Las actividades humanas y el cambio climático están provocando que
algunas especies animales evolucionen con rapidez. El última caso
conocido es el del llamado Sapo gigante o Bufo Marinus, cuya propagación
en Australia aumenta año tras año desde que fuera traído a ese país en
1935.
Richard Shine, de la
Universidad de Sydney,
ha descubierto que este sapo se está expandiendo por Australia con una
velocidad inusual gracias a unas modificaciones genéticas que en menos
de 70 años le han proporcionado unas patas mucho más grandes que las
originales.
Los resultados de su trabajo han sido publicados en la revista
Nature,
donde explica que, desde que en 1935 fuera introducido un cargamento de
estos sapos en el país, importado desde Hawai con el fin de combatir
las plagas de escarabajos que sufrían las plantaciones de caña de
azúcar, el Bufo marinus se ha extendido alarmantemente.
En el periodo que va desde 1940 a 1960, estos sapos “tomaron” unos
diez kilómetros de territorio desde la región de Queensland. En la
actualidad, invaden nuevas áreas a un ritmo de 50 kilómetros al año.
Como media, avanzan más de medio kilómetro cada tres días. En total , el
Bufo Marinus se ha expandido a lo largo de más de un millón de
kilómetros cuadrados de la Australia tropical y subtropical.
Adaptación útil y cambio climático
Según explica Shine en un
comunicado
difundido por la Universidad de Sydney, existen más casos de evolución
acelerada de otras especies en Australia, como consecuencia de la
introducción del sapo gigante en el país.
Señala al respecto que las serpientes nativas intentaron en un
principio comerse a estos sapos, pero que morían en el intento porque,
además de grandes, estos sapos son tóxicos debido a secreciones
venenosas. Pero, en sólo unos años, las serpientes han modificado sus
mandíbulas, de manera que se han vuelto capaces de utilizar a estos
sapos como alimento y ya no son vulnerables a su veneno.
El Bufo marinus es sólo un ejemplo de lo que puede ocurrir como
consecuencia de la acción humana o del calentamiento global. En los
últimos 20 años, los biólogos evolucionistas han advertido de la
relevancia que están tomando los casos de las especies que viven una
evolución acelerada.
Por un lado, este hecho es positivo: el número de especies que se
extinguirán como consecuencia del impacto humano sobre la Tierra será
menor porque la capacidad de adaptación les permitirá sobrevivir. Por
otro, como es el caso del sapo australiano, la modificación genética se
ha convertido en un desastre ecológico.
Ardillas de Canadá, salmones de USA
Otro ejemplo de esta capacidad de evolución acelerada la
encontraron recientemente investigadores de la Universidad de Alaska
por primera vez en mamíferos: se trata de la ardilla roja del territorio
de Yukon, en Canadá.
Tal como publicó en su día el
Alaska Science Forum,
este animal ha logrado adaptarse genéticamente al calentamiento global:
sus hembras dan a luz una media de 18 días antes de lo que lo hacían
sus abuelas. La finalidad de este adelanto de nacimientos: ser las
primeras en alcanzar las nueces que maduran antes de lo habitual debido
al cambio climático.
Hay otros casos documentados de la así llamada evolución rápida
que sorprenden a los biólogos evolucionistas. Andrew Hendry, de la
Universidad de Massachusetts (Estados Unidos), llamó la atención en 2000
al publicar un artículo en la revista
Science
señalando que habían bastado sesenta años para que los salmones del
Lago Washington se escindieran en dos poblaciones diferentes.
Esta rapidez (sólo sesenta años) contradice la creencia de que la
evolución de las especies se produce en cientos o miles de años y que
por lo tanto no puede ser percibida en tiempo real durante el tiempo de
vida de un científico.
Diez veces menos tiempo
El caso de los salmones es bastante elocuente: introducidos en los
años 30 en el lago Washington, cerca de Seattle, en sólo 60 años se han
formado dos grupos distintos: uno se ha establecido cerca de la orilla,
el otro en las profundidades. Las dos poblaciones de salmón han
desarrollado adaptaciones diferentes al medio que les diferencian entre
sí un 10%, según la investigación de Andrew Hendry, de ocho años de
duración. No obstante, serñala Hendry, serán necesarias todavía nuevas
generaciones para que los salmones terminen siendo completamente
diferentes entre sí desde el punto de vista genético.
El estudio de Hendry confirmó lo que suponían los modelos teóricos
de la especialización de las especies: que las diferencias
desarrolladas por una población para adaptarse al medio, contribuyen a
aislarlo sexualmente y le impiden reproducirse con individuos de la
misma población original, provocando así el nacimiento de una nueva
especie. Es uno de los tipos de
especiación.
En el caso de los salmones del Lago Washington, el aislamiento
reproductivo se habría instalado en un máximo de cincuenta años, es
decir, en el espacio de sólo 13 generaciones, un período de tiempo diez
veces menor que el estimado para el nacimiento de una especie, según los
modelos teóricos vigentes.